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Quibdó, una ciudad sitiada por la violencia.

Por: John Diaz

Desde las orillas del Atrato hasta las comunas del norte de Quibdó, la violencia crece al ritmo de la desidia, la desigualdad y la complicidad política. Cada día cae un nuevo joven. La pregunta es: ¿hasta cuándo?

En la capital del departamento del Chocó, la violencia ya no es una noticia, es una rutina. Quibdó se ha convertido en un epicentro de muerte, desplazamiento y desesperanza, en gran parte como resultado de un fenómeno que ha sido ignorado por años: el éxodo silencioso de miles de chocoanos que huyen del conflicto en sus territorios de origen —el Alto, Medio y Bajo Atrato, así como la región del Baudó— para refugiarse en una ciudad que, en lugar de ofrecerles seguridad, los condena al abandono.

Estos desplazados que llegaron a Quibdó hace mas de una década, se han ubicado principalmente en la zona norte de Quibdó, donde, sin acompañamiento estatal, han construido asentamientos urbanos improvisados los cuales conforman hoy más de 35 barrios, Allí, en medio de las carencias , crecen niños que luego, en su juventud, enfrentan la dura realidad de una ciudad partida en dos.

Desde la calle 31 con Carrera Sexta hacia el centro de Quibdó, la vida transcurre con lujos, fiestas y ostentación. Al otro lado, la periferia sobrevive sin oportunidades. Esta fractura social alimenta un sentimiento colectivo de frustración y desigualdad. Muchos jóvenes, al ver que el sistema no les ofrece nada, deciden arrebatarlo todo. Se involucran en actividades delictivas: hurtos, extorsiones, asesinatos. No por vocación criminal, sino como un modo de supervivencia ante una ciudad que les dio la espalda.

Pero el drama va más allá del conflicto social. El crimen organizado encontró en estas bandas urbanas un terreno fértil para expandirse, armarlas y controlarlas. A este fenómeno se sumó un hecho aún más preocupante: las alianzas entre candidatos políticos y estructuras criminales. 

Aspirantes a la Alcaldía de Quibdó supuestamente han sellado pactos con grupos delincuenciales para garantizar su elección, desviando la mirada mientras las bandas se fortalecen, extorsionan y asesinan.

Así, la violencia no solo se tolera: se alimenta desde las estructuras del poder. La institucionalidad local, lejos de frenar esta espiral, ha sido cómplice, indiferente o ineficaz, “Vayan ustedes” le gritó un alcalde al pueblo cuando le reclamaba acciones contra los violentos.

En varias ocasiones se han impulsado mesas de trabajo por la paz. También se habló de una iniciativa llamada Revive, que prometía mitigar la violencia en la ciudad. Pero ninguna llegó a buen puerto. ¿La razón? Las soluciones se plantean como proyectos burocráticos, no como compromisos reales. Para algunos mandatarios, la paz se ha convertido en un negocio más.

La falta de diálogo con los verdaderos actores del conflicto, el centralismo de las decisiones y el uso de la paz como eslogan político han convertido estas iniciativas en promesas vacías.

Mientras tanto, la muerte no se detiene. Hoy es un joven del barrio Cabí, mañana uno del Niño Jesús, pasado mañana uno del centro de la ciudad. La violencia no distingue ya entre periferia y zona urbana. La ciudad entera está atrapada en un espiral de sangre que nadie parece querer detener.

La gran pregunta que se hacen los quibdoseños es: ¿hasta dónde vamos a llegar? ¿Cuántos jóvenes más deberán caer antes de que la institucionalidad reaccione?

Aunque la situación es crítica, no es irreversible. La salida exige voluntad política firme, inversión social en las zonas excluidas, programas de reconciliación comunitaria y la ruptura definitiva de los vínculos entre el poder político y el crimen organizado.

También se requiere escuchar más a las comunidades: sus líderes, sus madres, sus jóvenes, sus artistas, sus resistencias cotidianas. La paz no se decreta, se construye.

Quibdó no merece seguir siendo un campo de batalla. Merece ser un territorio de vida, dignidad y justicia. Pero mientras la violencia siga siendo negocio para algunos y condena para otros, la ciudad seguirá poniendo los muertos… y la institucionalidad, la excusa.

John Diaz.

Periodista.

Foto:Citara TV
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