Rogerio Velásquez Murillo
Era don Rogerio de costumbres suaves y atrayentes en el trato;en el carácter una mezcla de generosidad y precaución, ingenio y modestia, dentro de marcos de inconfundible y habitual prudencia. Como escritor, era de estilo ágil, conciso y enérgico; siempre objetivo. Lírico cuando rozaba recuerdos de las hondas tristezas y alegrías del negro; llegaba a la perfección de fondo y forma si describía las virtudes y penas del campesino chocoano.
El Chocó era conocido por la curiosidad que despiertan las tragedias a distancia. Las endemias y las inclemencias de la selva y el clima, eran noticias que corrían a la par con las de riquezas en oro y platino que guardaba su suelo.
Comerciantes de distintas regiones del área nacional, unos, y de naciones extranjeras, otros, habían sentado planta en los centros mineros en busca de ventura. La ignorancia y el desamparo de la comunidad, daban presagios de éxito inequívoco.
Era Intendencia el Chocó, y dos antiguos Provincias se disputaban la importancia: San Juan y Atrato. La vida del chocoano se debatía en privaciones de niveles humanos y recorte de horizontes. Existían fuertes barreras contra el negro, y al cual, por los mismos motivos materiales que hicieron posible el sistema esclavista en las Américas, quería sujetársele a las antiguas consideraciones de inferioridad.

Tras los mostradores de los expendios de zarazas y en los recintos de intriga de la burocracia, se había formado una «élite», con arreos de abolengos y obsesiones discriminatorias. La codicia y las ansias de vida regalada, se esforzaban en revivir las sombras de la esclavitud. Sesenta y cuatro años se habían deslizado desde su abolición legal, pero persistía en las costumbres.
El General José Vicente Concha tenía en sus puños las riendas del país. La guerra civil de 1899 había dejado hondos rencores y pesares. El caudillo liberal, Rafael Uribe Uribe, que había ganado renombre por la forma de disputar el predominio de sus ideas políticas hasta en los campos de batalla , había caído inesperadamente asesinado el14 de octubre de 1914. Las ardentías de los partidos políticos hacían del territorio nacional, teatro de agitaciones, violencias generales y recelos.
Pero, de otra parte, los trasplantados del África en el Chocó, sus padecimientos, los habían llevado a triviales conquistas de ventajas inmediatas. La buena nueva de la libertad parecía que les había llegado ayunos de iniciativas y metas superiores. Frustraciones que inquietaban la conciencia los empujaba a reunir riquezas y malgastarlas en el día. Parecía que las corrientes de la libertad hubieran seguido canales extraviados. La ignorancia y la desorientación, se luchaban el dominio.
Esta era Colombia y este el Chocó, cuando nace en 1916,en San Agustín de Sipí, el poeta y formidable escritor, Rogerio Velásquez. La población había perdido importancia, porque la tierra estaba cansada de producir oro y proporcionar rangos de preeminencia económica a numerosas familias colombianas, como Nóvita. Rogerio Velásquez experimenta en su niñez y juventud el atraso integral de la comarca. Selva, ríos, fango, casas inseguras y tremendamente descuidada. Pero así, una de estas es el hogar de sus padres, y lo otro, la imagen en conjunto que se ofrece a diario al alma del futuro un maestro de las letras. Allí corre y busca distracciones con los juguetes que le brinda la naturaleza bravía. Medío inhumano, desde luego, en tiempos trabajosos.
Pero hay una forma de felicidad que se adentra al mundo interior del hombre cuando desconoce la jerarquía de los valores y sus fines. Ocurre, después que los padres del poeta se muestran inquietos porque los días de fatiga en las minas auríferas de Sipí, no parecen compensado por la suerte, como lo fuera años atrás. La población de Condoto, de cuyo nombre se había apoderado la fama por los numerosos yacimientos de oro y platino en contornos y recintos, les atrae. En Istmina y Condoto hace estudios primarios; va haciéndose conocer entre condiscípulos, comerciantes y mineros, por su humorismo, por su manera recursiva, por el brillo de su espíritu y por la singular disposición para devorar libros. Va al Carrasquilla, en Quibdó, rebasado de edad para iniciar estudios secundarios, pero con grandes dosis de ilustración general. Allí empieza a revelar sus dotes de poeta y castizo escritor, unas veces, y otras, la de conversador ameno y ágil con adobes anecdóticos.

Es el símbolo de la más atrayente entretención del estudiantado. Los cuentos de compensación y revancha que concibió la mente de negros esclavos, fluyen del magín del ladino sipiano con abundancia de gracejo y variedad de enfoque zoológico: el tigre, el conejo,’el león, el zorro… Arrancadas en los velorios y novenarios corraciales.
Con todo en vacaciones se le ve en los trabajos de socavón es de la mina de platinero y los negros se trasladan después a los claustro de la Normal para Varones de Bogotá y luego la de Tunja. En una como en otra deja testimonio de virtudes que abren campo de admiración y respeto a las inteligencia chocoanas. A pesar del ambiente de pasiones políticas qué era molde de su época, jamás abandonó la temperamental ecuanimidad. Se abrazó de la doctrina conservadora, pero el inhumano marginamiento del Chocó y la ignominia qué todavía hacía blanco en la raza lo llevaron a un conservatismo de ideas avanzadas. Variadas y dignas de memoria son las muestras que dejó su talento, que era tan brillante como sólido.
Sin embargo, las circunstancias en que lo acogió el destino, y los motivos de brega suigéneris de la región, frenaron en mucho el ascenso a alturas más prominentes a que pudo llevarlo su clara inteligencia y nobles ambiciones. Más, en el fondo, es el acontecer común del chocoano y las clases marginadas con capacidades e ideales y el veredicto del sistema que asfixia a Colombia. Con todo, dejó probanzas a la posteridad de lo que habría podido ser en estructuras
sociales menos cerdadas.
Vienen a mi memoria, «El Chocó en la Independencia de Colombia», «Lámparas Apagadas»,»Las Memorias del Odio», entre otras. Porque la vida como la obra de este chocoano ilustre y sobresaliente mérito, fue ante todo un mensaje de protesta contra la estructura de desigualdades; contra la discriminación encubierta, y al parecer, alimentada en los lastres de aquel infortunio pasado de la historia.
Considerado desde el punto de vista enteramente individual este inquieto exponente de las calidades chocoanas, despejado a las posibilidades propias a la naturaleza humana, y los sacrificios que consumó para labrarse destino, fue mayor el poder que tuvo en él la adversidad que la fortuna. La devoción por los temas y preocupaciones de la raza, y el fundado propósito, que hacía patente para estimularla, fue medido mal por muchos corraciales coterráneos que, con falso donaire de claro linaje, sentían rubor de su origen histórico y racial. Algo semejante al hijo que simula desconocer al padre o renegar de él en razón a los oprobios recibidos por éste, para considerarse simplemente importante. Era don Rogerio de costumbres suaves y atrayentes en el trato;en el carácter una mezcla de generosidad y precaución, ingenio y modestia, dentro de marcos de inconfundible y habitual prudencia. Como escritor, era de estilo ágil, conciso y enérgico; siempre objetivo. Lírico cuando rozaba recuerdos de las hondas tristezas y alegrías del negro; llegaba a la perfección de fondo y forma si describía las virtudes y penas del campesino chocoano.
No fue hombre iracundo ni arrogante. Pero había en su jovial extraversión un velo inocultable de tristeza recóndita. Causa fueron quizá las condiciones del medio que rodearon la infancia o el dolor tradicional de la raza que lloraba en el alma y corazón del poeta. Como profesor tenía el don natural de dominar a base de estímulos inteligentes la atención y espíritu del alumno, haciéndolo responsable de su futuro. Las generaciones chocoanas aun no se han pronunciado en el justo veredicto de reconocimiento que consagra la gloria para este coterráneo de singular mérito y ciudadano notable de la patria de Suárez y Silva y Diego Luis Córdoba.
El periódico «Frente Chocoano» en su edición No 53 de la segunda quincena de octubre de 1973,publicó este articulo del abogado Joaquín Rodríguez Asprilla, dirigente conservador y secretario de educación departamental .
