Hace varios años escribí sobre este mismo tema para ver si tocaba el corazón, la razón y la lógica de quienes pudieron darle un trato distinto, empezando desde el aspecto físico, a la mal llamada casa de la cultura; y adrede la coloco en letras minúsculas por cuanto hoy, nada tiene que ver con acontecimientos de carácter cultural, lo que allí se genera. Veamos:
Cuando usted pasa por la carrera cuarta con calle 25 esquina, ve una sombra, sea decir, una sensación de oscuridad, falta de luz, como la define la Real Academia Española, siendo más ajustada a la situación de esa construcción, la que ese ente también trae aludiendo al término sombra: “imagen oscura que sobre una superficie cualquiera proyecta un cuerpo opaco, interceptando los rayos directos de la luz”. La mal llamada casa de la cultura es eso, un cuerpo opaco, una sombra cuya imagen llama la atención de cualquiera que llegue y mire aquello, porque los residentes de esta capital nos hemos acostumbrado a esa opacidad.
En esa edificación cuyo exterior está revestido de granito, material especial para retener el moho y la humedad, usted encuentra variedad de negocios, y venta de toda clase de elementos como ollas, sortijas, queso, perfumes, extensiones para el cabello, mujeres peinándose, creaciones indígenas, etc.; también se encuentra usted con Servientrega ocupando una gran parte del primer piso. Adentro está el teatro, donde pudieran proyectar películas para nuestros niños a efectos de contribuir con su crecimiento cultural y académico; las obras de teatro para distraerlos y ocuparlos debería ser otra de las actividades para realizar en ese teatro, pero no, se lo utiliza es para eventos políticos, en donde, hasta este servidor discurseó un día, y más arriba, en el segundo piso hay varios locales, siendo protagonista la presencia de la junta franciscana, en donde se cranean, ojalá cosas buenas. Nuevamente llamo la atención de sus responsables para que le den un adecuado manejo y de por Dios, que le pongan mano a su remodelación y por sobre todo, que se convierta en una verdadera Casa de la Cultura, en donde todos, pero especialmente los niños, crezcan nutriéndose de la nuestra y de la cultura mundial.
Invito al señor Alcalde y demás autoridades para ver con mejores ojos a esa edificación y su razón de ser; ese sector debería brillar con luz propia, de tal manera que quienes lo han tomado como basurero en el sentido que usted lo asuma, piensen dos veces antes de depositar allí sus desechos orgánicos y de otro orden. Aquí me acuerdo de “la teoría de las ventanas rotas” sobre lo cual escribí hace ya bastante tiempo.