Disfraz del barrio Yesquita, construido por artesanos pastusos- [foto Douglas Cujar del 03 de octubre de 2006]
“Vamos a bundiar”; Alex Pichi cambió el verbo para ir al disfraz del barrio en las fiestas de San Pacho.
Alex, mueve el revulú a su antojo con coros monosílabos repentizados o preparados. Ese estilo ya es un fenómeno de las fiestas Sanpachera y del San Juan…el furor es tal que desplazó hasta el disfraz, que antaño era el centro de atención principal de la fiesta.
Para ver lo grandioso del disfraz, la multitud se disponía en sitios estratégicos de la ruta franciscana para admirar y gozar en la parada donde el ingenio del disfracero estaba puesto a prueba. La picaresca del mensaje requería de habilidad artística, la ingeniería con las maderas y el tallado del balso, las pinturas vinílicas y los vestidos de los personajes para representar el mensaje de crítica social, política, costumbrista o lo que se le ocurriera a la junta de cada barrio; lo que se convertía en el secreto y la apuesta estaba en dejar perpleja a la gozadera. Dentro de cada carroza el reto implicaba la sincronización de los que movían las piezas y que se ubicaban dentro de cada figura o disfraz. En la parada, el pleno movimiento se escuchaban las risas y aplausos. La junta que encargaba el trabajo se orgullecía de la suspicacia para representar el mensaje hasta ese día guardado. Los espectadores se convertian en los jurados y la discusión se abría para opinar cuál era el mejor.
A principios del presente siglo apareció una herejía en la fiesta: el diseño y la elaboración del disfraz [la alegoría] cambió totalmente por unas figura quieta, momia de colores que no tenían ningún mensaje. Si era colorida pero desabrida…Aparecieron las figuras de fibra de vidrio puestas en la escena por el barrio la Yesquita. Era la técnica y el estilo pastuso traído a San Pacho. Menos mal que el caché y las chirimias reventaron el piso de los danzarines.
Y es que la fiesta y sus partes deben evolucionar y para ello están los gestores o animadores creativos, son personas con un sentido estético de cómo debe ser la comparsa, el disfraz, el caché, los grupos de chirimias y cómo el trono, el centro de atención debe ser el disfraz [El rey de la Fiesta] para esto, en el caso de los disfraceros tradicionales que deberían conocer nuevas técnicas artesanales y tecnologías que motiven y mantengan la picaresca del mensaje con todos los atributos carnavalescos. Igual debería ser en lo musical y todas las manifestaciones que componen la fiesta. Y en eso la junta barrial se mueve en épocas claves del año para prepararse y ponerse el reto de dejar en lo más alto la dignidad del barrio.
Pero también aparecieron en las fiestas el ruido desacompasado de bombos retumbantes ajenos al toque del clarinete y demás instrumentos propios de la chirimía.
Entonces, el revulú de bombos estridentes se volvió el centro del desfile.
En este sentido, proceso de cómo se ha desenvuelto la fiesta viene desde hace varios años. Los bailes peseteros ya desaparecieron, el entusiasmo para recoger fondos y volcar el esfuerzo para mantener el orgullo barrial el día de su salida ya se ha esfumado.
Si algo distingue la fiesta de San Pacho es que es de todo el pueblo, de “los doce barrios franciscanos” [?]; pero por el crecimiento desorganizado de la ciudad el evento no se ha redimensionado por la escacez de visión para reinventar creativamente la fiesta y recoger experiencias del Petronio Álvarez y el Carnaval de Barranquilla. Pensando en escuelas barriales propias de la fiesta como se lo imaginaba Madolia de Diego, cómo quería Alfonso Córdoba “El brujo” y Miguel Ángel Mosquera “Miamco”… para que todo el andamiaje evolucionara armónicamente.
En ferias como las de Medellín y Manizales, por no decir que todas las fiestas de los pueblos cafeteros, se repite una práctica gamonalezca, que antaño los dos o tres ricos traen músicos y organizan parrandas para sus peones. Pues hoy el papel de esos gamonales lo cumplen las alcaldías y las grandes empresas licoreras que financian limitados eventos multitudinarios y todo ocurre en medio de grandes cifras de dinero, dandole al pueblo “Pan y circo”.
Y sin paracaídas el fenómeno llegó a Quibdó, las licoreras y empresas foráneas traen lluvias de contratos y de dinero tal que el costo de un caché de las niñas sobrepasa a lo que cuesta un caché barrial. Todo ocurre con una uniformidad esquizofrénica.
Los días de la Yesquita y la Yesca Grande son los días que se supone pasa lo extraordinario porque los sus pobladores “tienen su plata y la gastan a la lata”. Y la fiesta se sigue esfumando entre los espíritus de los mayores que vivieron el esplendor de los mejores días barriales. Ya no están Madolia de Diego, ni “el Brujo”, ni “Miamco”, ni tantos artistas y sabedores que lideraban el homenaje al santo mayor.
Esos gestores se murieron y se llevaron las llaves del espíritu de la fiesta… ya pocos hacen homenaje a la Banda de viento franciscana, que cumplió 100 años sin celebraciones [Que diria Medrano si estuviese vivo?], no hay plata para eso dirá la Junta Sampachera… a la que se le olvidó su esencia para acrecentar la fiesta y no caer en actos repetidos por la inercia de lo que hay que hacer y quedarse con unos directivos [?] que se ufanan de estar reconocida en los anaqueles paquidérmicos de la Unesco. La junta se quedó sin la utopía de crear una fiesta pagana y religiosa que recoja y simbolice las nuevas alegorías propias de una urbe que recoge gentes venidas de todos los rios desplazados por las guerras. Lo cierto, esa nueva capa poblacional como no tienen arraigos en los barrios tradicionales, no hacen parte de la organización del evento que dura meses. Es una población flotante que busca también el desahogo y encuentra en el bunde el espacio para hacer catarsis y sacar explosiones de energías contenidas.
En unos años, ojalá me equivoque, habrá muchos Alex Pichi, ya Sergio, dicen, rebazó al pionero…así el fenómeno borrará a los ejes vertebrales y tradicionales de la fiesta. Las chirimias, los disfraceros pasan a los planos de los libros y de la fiesta solo se hablará con pañuelo y gotas para el dolor para escuchar a los que conocían el alma festiva y llegar a conclusiones ilusorias “NO DEJEMOS MORIR LA FIESTA”.
El fenómeno de las varias guerras que se anidan en Quibdó ha desarraigado el alma urbana… Quibdó se diespieza y las gentes sin raíces copan los “barrios franciscanos”
Quibdó hoy tiene más de cien barrios; algunos nuevos son aledaños a los franciscanos que adhieren al día que le toque al barrio vecino. Y los que no, llegan por miles a bundear, sin conocer el sentido ludico- religioso de la celebración.
En Medellín, Cali, Bogota se encuentran grandes colonias de quibdoseños que recuerdan las apoteósicas fiestas de los tiempos idos, de antiguos, cómo dirían los viejos.
La junta Sampachera, mientras tanto, se enloquece con las mil opiniones por quién votar y a quien elegir para presidente; a quién nombrar para tal comisión y sin reglamentar su actuar [hasta cuando los estatutos?]. Así, se les fue la fiesta año tras año…esperado un presupuesto estatal para salir de la sala de moribundos, para reactivarse. En tiempos pasado [lo cuenta Rogerio Velasquez] no había plata y la fiesta se hacía porque se hacía, aportando recursos al embellecimiento del pueblo.
Al son que me toquen bailo, dice el dicho popular, lo cierto es que el pueblo quiere fiesta, no importa que el sonsonete y las letras con mensajes sin poesía oscurezcan todo el ritual fiestero y religioso que lleva en el alma cada sanpachero.